Hace varios años, mucho antes de
saber nada de energía femenina, de la presencia de la diosa, de Glastonbury…,
cuando sólo intuía y sentía como verdad ciertas cosas, Pablo Fernández del Campo me explicó lo que
hoy voy a contar aquí. Cuando acabó su relato
me instó a que hiciera mío el mensaje y a que, fuera donde fuera, lo llevase conmigo, por
necesario e imprescindible para la evolución humana. Y yo, que le creo en su
humanidad y en su espiritualidad, me lo tomé en serio, pero nunca hasta hoy me había sentido audaz para transmitir su contenido.
Debo reconocer que la manifestación
del pasado 8 de marzo me anima a que hoy lo escriba, pues me recordó que yo tenía un
compromiso dormido sobre el teclado de mi ordenador. Así que intentaré transmitir
la idea, desde mi respeto profundo a todas las mujeres que en este y en todos
los países nos hemos manifestado buscando una igualdad que es justicia disfrutar.
La manifestación fue alegre y festiva.
Yo me sentí feliz por ser mujer, y por tener dos hijas que van a vivir este
despertar de la energía femenina, de esta consciencia de la fuerza imparable y
necesaria de la mujer. Aunque estoy convencida de que no nos lo van a poner fácil.
Para esta lucha son mis palabras.
Esto es lo que me contó Pablo,
aderezado con mis vivencias y mis lecturas:
Existe un libro, Los círculos de piedra (Joan Dahr
Lambert, ed. Biblioteca de bolsillo), y que da nombre a este blog, en el
que se narra la historia de Zena, una mujer que hace un millón de años ya era
consciente de su vinculación a la madre Tierra y de su responsabilidad de preservar
la vida en este planeta. Desde aquella perspectiva prehistórica, en los albores
de la conciencia del ser humano, se cuenta deliciosamente cómo el hombre
consideraba a la mujer casi un ser divino. Atónito, observaba cómo
se abultaba su vientre y tras nueve lunas era capaz de generar una nueva vida.
Entonces era respetada y cuidada como el milagro que era capaz de operar.
Después, con el desarrollo de la mente,
y a través de la observación, el hombre se dio cuenta de la necesaria aportación
masculina para obrar ese milagro. Entonces se perdió la magia y también la
conciencia que permitía a lo femenino existir sin trabas. Empezaba la era de la ley del más fuerte.
Desde aquel inicio de la
humanidad se han sucedido sociedades patriarcales una tras otra, con similar desarrollo
y fin. De hecho, ha sido el patriarcado el que ha dominado la escena evolutiva
y comportamental prácticamente desde entonces. Los escasos intentos
matriarcales se diluyen entre la realidad y la leyenda, como es el caso de las
Amazonas o la existencia milenaria de Diosas femeninas vinculadas a la Tierra
a las que se dedicaban ritos ancestrales, como en Ávalon. Escondido en la categoría "mito", el matriarcado se confina a lo ilusorio o imposible.
Hoy en día arrastramos siglos y siglos
donde es lo masculino lo que manda y decide. La distorsión de esa energía junto
a una nula presencia de lo femenino, condenado al ostracismo con alevosía y a
veces hasta con violencia, han dado como resultado, sólo en el último siglo,
dos guerras mundiales, cientos de guerras civiles, violencia de género, desconexión
del espíritu, materialismo descarnado, pobreza, desigualdad, desarrollo industrial y tecnológico descontrolado, daño medioambiental…
Pero todo esto no es sino reflejo
de lo que ocurre en nuestro propio interior. Somos producto de dos conceptos
opuestos, los cuales nos conforman: lo masculino y lo femenino. Usaremos la
terminología procedente del Tao y de la filosofía china, cuyo significado simplificamos
para ayudar en vuestra comprensión: el yin y el yan.
Se refiere el yin a lo femenino,
a la intuición, a la luna y es de carácter pasivo. Mientras que el yan es lo masculino,
el sol activo, la fuerza, la convicción en el hacer. La tierra es yin, el cielo
es yan.
Estos dos principios nos
conforman y deben confluir en cada ser de forma equilibrada.
Según esto, si eres mujer predomina el yin, pero tu lado yan no puede estar en distorsión, ni por exceso ni por ausencia. Lo mismo ocurre en el hombre, quien es mayoritariamente energía yan, pero si olvida o distorsiona su energía femenina rompe su armonía y su vida se realiza desde esa carencia.
Según esto, si eres mujer predomina el yin, pero tu lado yan no puede estar en distorsión, ni por exceso ni por ausencia. Lo mismo ocurre en el hombre, quien es mayoritariamente energía yan, pero si olvida o distorsiona su energía femenina rompe su armonía y su vida se realiza desde esa carencia.
Las circunstancias que se derivan
de esos desequilibrios explican todos los desastres relacionales en los que nos
sumimos.
En el hombre, en grado máximo, da
lugar a maltratos, abusos, violencia… Pero en el día a día se traduce en una
carencia de respeto ante lo femenino, pues al no aceptarlo y atenderlo en sí mismo,
no lo aplica tampoco a las mujeres con las que se relaciona. Entonces aparecen actitudes
de posesión, de control, de abuso de poder, etc. A veces se hacen evidentes, pero otras se trata de una acción sutil que no encuentra palabras fáciles para
describir por parte de las mujeres que las sufren. Hombres y mujeres sienten un
vacío inexplicable, pero como la mujer, por naturaleza, es quien se cuestiona,
lo siente más punzante. Aunque perjudica
a ambos por igual.
En el caso de la mujer, durante
años se ha tenido la parte yan soterrada, amordazada, completamente prohibida
por la sociedad, y por ende, mal vista. Es por ello que hay tantas historias de
mujeres que renunciaron a sí mismas en nombre de un servicio que llevamos
tatuado en la piel por generaciones, imbuido tanto por la fuerza de lo
restrictivo procedente de los hombres (leyes, imposiciones, etc.) como por
nuestras madres, abuelas y bisabuelas, quienes lo vivieron como la única opción posible.
Pero ocurre otra circunstancia, y
es que la mujer, de tanto luchar por ser quien es, consigue despertar su lado
yan también de forma desatinada, y es entonces cuando abandona su yin y adopta
las mismas distorsiones que el hombre en un yan exagerado: maltrata a lo
masculino, confunde el desarrollo laboral con la voracidad de una ambición
insana, asume actitudes violentas como método de resolución de conflictos,
permite que su ego dirija su vida… O sea, que acaba reproduciendo lo mismo
contra lo que lucha.
Lo que se persigue en cada
evolución del ser es la armonía. Por tanto, ambos principios están presentes en
cada humano, y como ya hemos descrito, cada género debe mantener su otra parte en equilibrio.
Esto no se opone a la individualidad del ser, antes bien la explica y dirige. Cada existencia está llamada a honrar su individualidad. Esta individualidad adquiere todo su significado
cuando eres uno en tu yin-yan. Y es desde esa cualidad de “completo”, desde
donde puedes relacionarte con el resto de humanos, sean estos hombres o
mujeres. Tu propia armonía dirigirá tus relaciones con los demás, logrando así
la otra parte de desarrollo de tu alma: ser uno con todos.
El mensaje para la mujer pretende ser un
gran impulso para que se desarrolle y libere de cualquier opresión, que luche como
walkiria si es necesario. Pero que atienda a lo masculino como deberíamos
atender a toda la vida en todas partes: desde el AMOR.
Hay muchos hombres, ¡cada vez más!, que están comprometidos con su desarrollo personal y con la búsqueda de su equilibrio interno. En ese mágico proceso en que el hombre adquiere consciencia de lo femenino que hay en él y de que es necesario luchar por el equilibrio de ambas fuerzas a nivel planetario, necesitan nuestra ayuda. Y esa ayuda es comprensión, apoyo, paciencia, consejo… y nuestro propio crecimiento y equilibrio. Ellos están siendo la avanzadilla que, junto a la fuerza de las mujeres, instaurará la energía femenina en el lugar en el que debe estar. No emprendamos una guerra contra el hombre. Aunemos los esfuerzos para lograr otro paisaje.
Hay muchos hombres, ¡cada vez más!, que están comprometidos con su desarrollo personal y con la búsqueda de su equilibrio interno. En ese mágico proceso en que el hombre adquiere consciencia de lo femenino que hay en él y de que es necesario luchar por el equilibrio de ambas fuerzas a nivel planetario, necesitan nuestra ayuda. Y esa ayuda es comprensión, apoyo, paciencia, consejo… y nuestro propio crecimiento y equilibrio. Ellos están siendo la avanzadilla que, junto a la fuerza de las mujeres, instaurará la energía femenina en el lugar en el que debe estar. No emprendamos una guerra contra el hombre. Aunemos los esfuerzos para lograr otro paisaje.
Si ves a un hombre llorar, dudar,
sucumbir, reconocer su debilidad, expresar emociones, sentir miedo, ¡alégrate, mujer!, está
produciéndose el equilibrio. Y aunque él no lo sepa, ese proceso le hará más
fuerte, más grande, como ocurre a todo bicho viviente que se atreve a mirar
dentro de sí, con la esperanza de salir de ese hueco insondable que nos
mantiene aislados a unos de otros.
Me decanto por la fe en el
equilibrio. Con toda la fuerza de la mujer que soy.
Con cariño, para todas las mujeres
y hombres que se manifestaron el 8 de marzo (y para las que sus circunstancias les impidieron hacerlo).